El cuerpo en el arte feminista

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Si partimos de la idea de cuerpo como territorio, la acción creativa con él, ha supuesto un acto de verdadera emancipación. Aludiendo al cuarto propio de Virginia Woolf, ese cuarto es el cuerpo en que habitamos y del que hemos necesitado reapropiarnos. 
Este uso del cuerpo como herramienta artística ha supuesto romper con dicotomías muy arraigadas en nuestras construcciones identitarias. Una de ellas es la ética de principios, atribuida a ellos, lo que les dota de poder en la toma de decisiones de aspectos, no solo públicos, sino también privados; frente a la ética de cuidados designada o inducida a las mujeres y carente de reconocimiento social. Pues bien, el hecho de que las artistas transformen sus principios en acciones artísticas, y que los motivos sean empáticos con el dolor ajeno ya supone una simbiosis de estas ambas éticas que nos configuran como personas. Otro de los aspectos que deconstruyen es el uso del cuerpo para ser mirado, convirtiéndolo en sujeto político actuante y pensante. Trascienden también el espacio público, destinado a ellos, frente al espacio privado, destinado a ellas, pues el uso del cuerpo como herramienta artística supone la ocupación del espacio público a través de lo más privado: el cuerpo.
Continuando con la analogía del cuerpo como territorio, el contexto geopolítico condiciona el carácter de las obras. En el caso Latinoamericano el pasado indígena, colonial, las dictaduras, la religión, etc. favorecen probablemente un uso del cuerpo más rotundo y cargado de simbologías, como en el caso de Ana Mendieta, Regina José Galindo y Lorena Wolffer entre otras; o más vinculado a los conflictos armados como es el caso de Natalia Iguiñiz en "Un cuerpo no es el campo de batalla", o la ocupación del espacio público con el acto personal de escribir un pensamiento en las paredes de la ciudad a modo de tatuaje, como es el caso de Mujeres Creando y uno de sus pensamientos: "No se puede descolonizar, sin despatriarcalizar". 
Supongo que aún estando en sistemas patriarcales, cabe distinguir, como señala Alicia H. Puleo, entre patriarcado de coherción y patriarcado de consentimiento; el primero se manifiesta de manera cohercitiva, sin leyes ni normas que defiendan la igualdad y castiguen el feminicidio, incluso favoreciéndolo. Y otro sería, el patriarcado de consentimiento, en el caso en el que se encuentra España, en el que existen Leyes y normas que favorecen la igualdad pero el caldo de cultivo en el que se desarrolla este entramado formal es muy endeble y a veces contradictorio como se manifiesta en normas, valores y roles sexistas y androcéntricos  perpetuados a través de juguetes, cuentos, cine, literatura, medios de comunicación, etc. Por eso, la artista Pilar Albarracín, parte de la caricatura de rasgos identitarios españoles y andaluces para evidenciar las desigualdades enmascaradas en lo folclórico; Alicia Framis parte de la moda como elemento de deconstrucción y Cristina Lucas cuestiona el poso cultural Europeo pues está lleno de trampas para las mujeres: "La libertad razonada", "Habla", "Rousseau", "Tú también puedes hacerlo", etc. 
En todos los casos, artistas latinoamericanas como españolas, muchas de las obras parten de la empatía hacia el dolor ajeno, considerándolo propio gracias a la conciencia de género. Como he escuchado decir a Regina José Galindo en uno de sus vídeos: " Mi conflicto es pasional y lo resuelvo a través de la forma". 
By M. Ángeles Antón Sierra, participante del curso Combatividad y resistencia. Arte y feminismo en América Latina.

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